Ningún tema es tabú después del primer café

viernes, 31 de diciembre de 2010

Fundido a negro de 2010, corte a 2011.

Eso de que termina un año no me lo creo. Es un invento, una excusa para cortar con la maravillosa continuidad a la que nos negamos. Y como no creo ni en los puntos finales, ni en los puntos suspensivos ni en los puntos negros (dicho sea de paso, hace bastante que no practico el ritual de la limpieza de cutis, qué pecado), me voy a limitar a algunos caracteres para destacar cosas del espacio/tiempo que pasó. 

Gracias a APTRA. Ah, no. Entonces no quiero dejar de mencionar la suerte que he tenido por los amigos-tan-buenas-personas que me han tocado. Tampoco me quiero olvidar de los que siempre quieren escuchar canciones nuevas (papá, no entras en esta categoría), al catador y al catalizador, por la fe que me transmiten y la seguridad que me ayudan a generar poquito a poquito, porque no es fácil para piscis ni para ningún otro signo. 

Conocí personas maravillosas que me abrieron las puertas y ventanas de sus casas con mucha confianza. Descubrí que Montevideo es muy chiquito, y que el país lo es aun más. Y que el facebook, twitter, myspace, blog, etc etc, acortan mucho las distancias. También descubrí que vivir sola es ma-ra-vi-llo-so. Que no hay horarios para escribir, componer, estudiar, limpiar, nada. De la mano me di cuenta de que soy una pésima ama de casa. Y viví con eso. 

Llegué tarde a todos lados, todo el tiempo. No fue culpa del transporte público, ni del tráfico, ni del estado del tiempo. Sólo de mi pésima organización. Descubrí que en las reuniones familiares se concentra el peor público del mundo, y me rehúso siquiera a emitir un acorde frente a ellos. Tomé whiskey con pomelo (schweepes), tomé clases de canto, tomé coraje a veces, me tomé un tiempo. Me enamoré del cine, y fue recíproco. Sufrí un corte radical y no fue de pelo. Experimenté cómo los músculos se vuelven a fortalecer después de una cirugía. Me nació el instinto maternal -a largo largo plazo-. Volví a chocarme con las mismas piedras. Metí la pata. Metí las dos patas. Me enterré. Salí con vida. 

Para el 2011 tengo planeadas dos cosas puntuales: una limpieza de cutis y disfrutar demasiado de cada cosa que haga. Espero estar archi acompañada como hasta ahora. Con todo mi glamour y mi pelo lacio rubio y brillante, me despido en este 31 de diciembre del año en que me cambio la perspectiva. 

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Meta pedalear

La tecnología avanza indescriptiblemente, al punto que uno no termina de acomodarse a un invento y ya le salen con otro supermodernoso.
Capaz que yo exagero. Hace un tiempo que ando tras una bicileta antigua, modelo inglesa o francesa o alemana, en fin, europea.  Algo lindo, que vaya con mi estilo y me represente. Pero, sobre todo, que sea mi medio de transporte en las calles montevideanas  y palomenses. Ahora estoy en Rocha y voy mirando con atención a los viejitos amigos de mis abuelos para ver si no tienen alguna tirada en un garage (la cosa es que el mercado libre llegan a pedir miles de pesos por una).
Pero no he dado con la indicada cuando, bobeando en twitter, leo el blog I love bicis, del diario El país de España. Y esta gente ya está pensando en una bici a motor ecológica para andar por las calles de Madrid.
Unterstützung Faktor es la cantidad de fuerza que dicen que aporta este motor para ayudar el pedaleo.
¿Cuál es mi postura al respecto? Parafraseo a un gran amigo: maldito tercer mundo.  


 

sábado, 27 de noviembre de 2010

PAM!

PAM (pecado-altruismo-morbo) es un cortometraje de stop motion que hicimos para Lenguaje cinematográfico. La consigna era contar una historia con fotos, y nos metimos con el stop motion y un poquito de animación. Era (y es) la primera vez que lo hacíamos. Fueron dos tardes de invierno tirados en el pasto. La historia es siniestra y graciosa a la vez. La gente se rió cuando lo proyectamos. Lo miro y me dan ganas de hacer otro stop motion. Me gusta como quedó.
El equipo: 
-Ezequiel Banfi (morboso, como siempre)
-Florencia Barré (altruista, tendencia suicida, le gusta ver morir y hacer que los personajes mueran)
- Florencia Núñez (pecadora, pecadora, pecadora)
-Agustina Dighiero (apoyo incondicional y buena amiga)


Echadle un vistazo:

viernes, 26 de noviembre de 2010

Crónica de un debut quirúrgico


Un malestar impuntual se sobrepone a mis ganas de hacer cualquier cosa que no sea lagartear. No sé qué tengo. Es domingo por la noche, el yogurth y el durazno no me han sentado muy bien. Estoy tensa. La intranquilidad me invade el cuerpo y desconozco su origen. Sólo nueve horas más tarde sabría la causa de mi sensación ensordecedora.
Ahora, habla Wikipedia:
“La apendicitis aguda fue descrita por primera vez en 1886 por Reginald Fitz, y las contribuciones de Charles McBurney en 1889, reconocida como una de las causas más frecuentes de dolor abdominal agudo o repentino en el mundo. Aproximadamente 7% de la población será operado de una apendicectomía debido a una apendicitis aguda”[1].

A parecer, y según los cuatro doctores que me vieron en cuatro momentos distintos del pasado lunes, estoy entre ese 7% de los afortunados que sufren con una cirugía de extracción de ese pedacito irrelevante del cuerpo humano. 

Los síntomas y signos de una cirugía no-anunciada

Ese dolor sin razón que comenzó a recorrer mi cuerpo la madrugada del lunes (¿qué será? ¿el hígado?¿los ovarios?¿el whiskey?¿candela?¿la moto?)tuvo un primer diagnóstico acertado en boca del joven médico del Suat:
“-Mmm…debería ir a la emergencia del sanatorio para descartar una apendicitis…a veces empiezan así”.
Y ya la había nombrado. Obvio, papá diría que no, que seguramente no sería nada.
Segundo diagnóstico: señor médico general del Sanatorio Americano.
“-¿Y si hago eso te duele –y clavó sus dedos en mi abdomen, produciendo una sensación de fuego mezcla con odio hacia su persona-, y eso?
Por supuesto que me dolía. En el medio hubo un hemograma y dos ecografías. Y varias palpaciones.
“-Te va a ver el cirujano”.
Tercer diagnóstico: señor cirujano.
“-Sí, con seguridad es apendicitis. Te vamos a operar. Lo que no sé es si te operamos aquí o piden el traslado a Rocha…”.
Eso fue bastante inoportuno de su parte. No tenía ganas de ir a Rocha. Puag.
Confirmación y consecución de los hechos: el bendito traslado.
“-La van a venir a buscar en ambulancia desde Comero. Tardarán unas tres horas”.
Sus hermosas palabras resonaron en mis oídos y, ¿por qué no?, en mi apéndice.  La espera fue larga y, la camilla, dura y sin almohada.
Antes de describir el viaje en ambulancia, debo puntuar mis síntomas y signos, según la Escala de Alvarado.



Síntomas

Dolor migante en fosa ilíaca derecha
1 punto        sí
Anorexia
1 punto
Náuseas y vómitos
1 punto        sí (medio punto)
Signos

Dolor en la fosa ilíaca derecha
2 puntos      sí
Dolor de rebote a la palpación
1 punto        sí
Fiebre
1 punto
Laboratorio

Leucocitosis
2 puntos      sí
Neutrófilos inmaduros
1 punto
Puntaje total
10 puntos


“Un valor acumulado de 7 o más puntos es altamente sugestivo de una apendicitis”[2]. Entonces, veamos mi puntaje: 6,5. Pero, según los médicos, “lo más constante es el dolor”. Y al cuchillo.

El viaje gratuito en carricoche

Vino la ambulancia y me arrastraron, tapada, en una camilla dura hasta el vehículo. Me depositaron en la parte de atrás con el suero colgando. Qué placer que no le deseo a nadie. En un viaje en tiempo récord por la ruta 9 llegamos a Rocha. Ahí vieron qué hacer conmigo, y el cuarto médico decidió esperar a operarme temprano en la mañana.
La mañana, como siempre, se transformó en mediodía. Me vistieron –o desvistieron- con un poncho blanco tan feo que me hice tomar una foto de aquel hecho histórico: nunca más me verían de poncho blanco. Políticamente hablando.
Como en el juego de pasar la posta fui pasando entre las manos de distintos pares de enfermeras que a su vez me llevaron con un doctor. Y me rodearon de luces en un block. Para los que no han estado en un block quirúrgico, las luces son parecidas a las del dentista pero en otras dimensiones. Y aquí vino el momento.

“Dróguenme cuanto antes”

Exactamente no recuerdo como fue. Sí sé lo siguiente: me pusieron la anestesia en la vía de mi muñeca derecha y me lo advirtieron. “Te vas a marear”. La sensación, más que de mareo, es de estado de ebriedad. Me preguntaron mi nombre y si había hecho playa recientemente. A todo contesté.
Me empecé a reír. Fuerte. Con ganas. Con ganas de reírme. En voz muy alta. Me tenté. A mi alrededor comentaban “nunca me había pasado esto”.  Y tuve ganas de contestarles que  a mí tampoco, pero fue muy tarde. Entre risas y un tubo de oxígeno, me dormí profundamente. No sé qué pasó después.

Aventuras durante el post-operatorio

Aparecí en una habitación que no era la mía. Desperté con un dolor mucho más profundo del que tenía antes. Todo se veía borroso. Grité un poco. Se había pasado el efecto de la anestesia. Otro calmante, por favor.  Vino (el calmante). La gente que entraba a la habitación hablaba alrededor de mi cama, pero yo no los veía. Sí los escuchaba, pero por momentos. El transe continuaba. Pasaron las horas, los días. Ahora, que ya transcurrieron 74 horas y varias tazas de sopa sin gusto desde mi primera visita al quirófano, estoy en condiciones de evaluar.
Lo peor: el dolor y no poder levantarme de la cama.
Lo mejor: el camisón que me regalaron los tatas.
Lo que queda por decir, además de que me gané un fin de semana de febrero con Salas con todo pago en Solanas, es que tengo recuperación









[1] En: http://es.wikipedia.org/wiki/Apendicitis. Citado: 25 de noviembre de 2010.
[2] Idem.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Ruta sonora

En el mostrador de Rutas del Sol ya puedo vaticinar la duración de las próximas tres o cuatro horas. Es el último coche. Es el único. Es el coche A. Es de línea.
Los asientos no están completos al subir en la terminal, lo que significa nada más que una cosa, y es que a lo largo del viaje subirá mucha gente. El viaje será ajetreado.

Para comenzar mi racha me toca un asiento de pasillo. El 19. No es mal número, o eso pienso. Esta vez sí. Ubico mis cosas en el porta equipaje y presiento que la mujer que se aproxima por el pasillo tiene el 20. Me siento. Me mira. Sí lo tiene. Se ubica ella también. El ómnibus se mueve.

El guarda irrumpe entre los asientos y pide los boletos. Le doy el mío. No pregunta dónde bajo.

Vamos por la Interbalnearia. En El Pinar, o algún lugar de esos que nunca visité no por no querer sino porque nunca lo hice, sube una delegación de basketball. El aroma a deporte inunda el coche. Las ventanas están empañadas y el calor de la excesiva calefacción arrecia nuestros cuerpos cansados. En el fondo los celulares vibran al ritmo de la cumbia. El guarda entra otra vez. Y dos veces más. Y tres. Y cinco. Y pierdo la cuenta.

Una chica sentada delante de mí, que ocupa el asiento 16, se apasiona cantando Colgando en tus manos a pesar de que el resto de los pasajeros probablemente duerma. Para peor tiene activada la opción repetir. Ella canta y en el fondo sigue la cumbia. La del asiento 20 también escucha cumbia. Puedo oírla aunque tenga auriculares puestos. El volumen está tan alto que pienso que puede dañarle los tímpanos. La joven del asiento 16 se empeña en cantar una vez más. Con más ahínco. De nuevo. Otra vuelta más con el estribillo. Cuidado, cuidado, la oigo entonar. Pienso que quien debe tener cuidado es ella. Puedo levantarme a despelucarla en cualquier momento. El guardia vuelve a entrar. Enciende las luces verdes.

No concilio el sueño.

Además de todas las paradas en medio de la nada, el ómnibus entra a Pan de Azúcar. Se suben dos, tres personas. Nadie desciende. Van casi dos horas de viaje y no estamos ni cerca de llegar.

El tiempo en el coche es tiempo perdido.

La cumbia suena más fuerte. Algunos bebés lloran, ríen o gritan. No lo distingo. Llega la hora del olor a zorrillo. La mujer del asiento 20 se tapa la nariz con la bufanda. Procuro un poco de placer en medio de ese caos y me estralo el cuello. Siento cómo se desplazan, vértebra a vértebra. Wow. Sonoro.

El coche se detiene de nuevo. Esta vez alguien subió en medio de la ruta. Se repite lo mismo. Puerta, luces verdes, guarda, boletos. Respiro hondo. Observo esta vez la figura del empleado de Rutas del Sol. Su cara, estilo cubista, está coronada por los pocos pelos que le quedan en la cabeza. Es flaco, ojeroso y encorvado.

Miro hacia la derecha por la ventanilla y vislumbro las luces de una ciudad. Parece ser San Carlos. Sí. Todavía falta lo peor. El señor del puesto de comidas de la terminal de aquel centro poblado entrará en el coche con un canasto lleno de milanesas al pan y otros manjares que nunca me atrevería a probar. El olor de ese menú invadirá el lugar.

Mi deseo es que la chica-cantante se baje. Desafina mucho y no se calla. Entramos a San Carlos. Ella no desciende, pero quien sí lo hace es la mujer del asiento 20. Quedo sola y ocupo los dos lugares.

El guarda, ahora de campera color beish forrada con corderito, sube otra vez, directo al fondo. Va. Viene. Y vuelve a ir.

Llega el momento esperado. La chica-cantante se baja del coche en la terminal. Me alivio. Se sube en su lugar un anciano con una boina de tela Harry Tweed en su cabeza, tapando parcialmente su cabello blanco. Pintón –su estampado-.

Queda una hora de viaje. El día ha sido largo. Dejo de tomar apuntes.



Ruta 15. Paraje Malán. Año 2009



 
 
 
 
 
 
 
19 de julio de 2010 © el día de la Ruta sonora.
La casa se reserva el derecho de admisión. Lea entrelíneas.

Oda al naranja

Mientras combatía mi hastío de las tardes de verano descubrí que odio el color naranja. No sólo eso, sino que después empecé a encontrarlo por todas partes: las franelas son naranja, mis sábanas son naranja, mi celular tiene naranja, el envase de la crema L’Oreal para el bronceado es, también, de color naranja. El Cotec de las 15:30 es naranja, las toallas son naranja, las sillas de playa algunas son naranja. Incluso a algunas sombrillas, tapetes, manteles y hasta cortinas se les ocurrió la idea homicida de adjetivarse con el naranja. Los frentes de las casas son naranja, y lo que es peor, algunos están indecisos y presentan un asqueroso color crema-terracota. Incluso las frutas hacen complot en mi contra y se visten de naranja: limones, ciruelas, duraznos, naranjas.
Si abro la alacena descubro que el paquete de sal es naranja, y si hago lo mismo en el cajón de los productos de limpieza, me topo con la botella de Jane que es decididamente naranja. Y cuando voy al supermercado me dan bolsas de nylon naranja. En el baño está mi cepillo de dientes, también de color naranja. Y hasta el jabón Astral parece naranja. La esponja de lavar los platos es naranja. Y la Salus naranja, bueno, no podría no serlo. El control de la tele es negro. Pero ¡zas!, en un descuido veo que el botón de encendido también es naranja. Y hasta el suelo que piso cuando voy al patio es todo naranja.
Los artefactos del baño. El naranja persigue a la gente. EL zapallo, el imán de la heladera. La escoba, los almohadones y hasta las compoteras. El cenicero, los posa vasos, la botella de whiskey y las remeras para recibir abrazos. La jarras, los jarrones, el mango de la cuchara y hasta los caracoles. El viento, los molinos, los vidrios y los marcos de los espejos. Los boletos de Cynsa, las velas, el revistero y también las lamparillas. El color de la cerveza, la salsa de la pizza, el teclado del celular y el envase de yogurt. Las esterillas, el cielo al atardecer, el Cenit y el Nadir. Las flores de invierno y de primavera, el envase de yerba, el matamoscas, los espirales y las teteras. El té, los sombreros, los silencios y los agujeros. El pelo, retazos de mi vestido, volantes, folletos y anuncios matutinos. El dragón de Mozila Firefox, los mensajes nuevos en la inbox, el reproductor de Windows media y hasta las medias que cuelgan en mi window. En el Messenger el estado ausente, la arena, el barniz y el reflejo de la carretera. Las cajas de gelatina y las tapas de algunos discos de Cabrera. Hasta el marca libros me dejó atónita y más cuando descubrí las cajas de mis armónicas.
Repudio el naranja. Lo odio. Y ahora más porque llego tarde


wanted
Costa Azul, enero de 2010.  Había sol.

domingo, 7 de noviembre de 2010

¿Alguien más de sagitario?

A partir del minuto 2.30 podrán apreciar la mejor escena de la película argentina Un novio para mi mujer. El personaje de la Tana Ferro, magistralmente llevado por Valeria Bertuccelli, ha inspirado a mujeres jóvenes y no tanto y las ha animado a contar la verdad acerca de lo que no les cae bien. Además,  utilizar de una forma brillante la expresión "nos caemos todos de orto", acompañada del movimiento de manos. Por mi parte, sólo deseo que haya más Tanas Ferro por el mundo.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Bi ci bi ci bi.

 ¿No es preciosa? Estoy en la búsqueda de una parecida en Rocha town.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Disfruta mientras no te atraviese la bala del tren bala

Quiero y no puedo

Quiero hacer una canción y no puedo
quiero darte un beso
y no te lo doy.
Yo no sé si es la humedad
o la falta de calefacción.
Sólo sé que ya estoy al borde
de ser un perfecto holgazán.
Y me asombro de ver que no puedo dejar de fumar.
Me encerré en tantos libros
con la máquina del tiempo
se metieron en mis sueños
y yo ya estoy cansada de tanto viajar
.
(Samantha Navarro)

Cuidado si dices quiero y no puedo. Que no te atraviese la bala del tren bala y vivas pendiente de respaldar tu proyecto de Adobe Premiere a las 23.59 de los días viernes, como casi siempre sucede. La consigna para lo que queda de este año es:
-respirar en primavera, sobre todo en horas de la tarde
-tomar agua
-tomar menos
-mirar más
-oír más
-andar en bicicleta
-gastar la suela de los guantes
-atender a los impulsos momentáneos que por eso son impulsos.

Buscar la luz del sol para captar los rayos que producirán en ti la verdadera fotosíntesis. Ti no lleva tilde.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Sopa de Twan: la historia-canción

Es una canción pero también una anécdota. 
Fue en marzo de este año cuando estábamos con Ale en su apto y no sabíamos qué cocinar de cena (es sabido que no soy hábil en la cocina) y me dijo: "Raya, te voy a hacer la mejor sopa que has comido en tu vida". Entonces yo seguí leyendo lo que leía y la dejé trabajar en paz. Al rato apareció con una taza enorme de una sopa espesa y exquisita. La mejor que he probado nunca. 
Twan es la abreviación del nombre de una tía de Ale que es holandesa, y que una vez en su casa cocinó esta delicia y la bautizaron así, Sopa de Twan.
Mucho después de haberla probado me vino a la cabeza el sabor de la sopa y escribí un little blues. Que dice esto:

Cuando sople el viento y tu cuerpo necesite calor
ya sea te encuentres en Montevideo o en el interior
te recomiendo que pongas verduras al procesador
como ella un día hizo 
y me dio a beber algo reparador.

De ahora en más sólo cenaremos sopa de Twan.

No sé muy bien cuáles son sus verdaderos ingredientes
pero su sabor te quedará grabado en la frente
Era de noche, el viento soplaba 
y yo le pedía una taza más
"de aquí en adelante -le dije- sólo cenaremos sopa de Twan"


De ahora en más sólo cenaremos sopa de Twan.

Hoy se celebra el aniversario de la independencia de Tierras mágicas

Qué importa, qué importa si la nostalgia te hizo erupcionar, si te aburriste o no paraste de bailar. Esto es                             -sólo una prueba. Fue.