Ningún tema es tabú después del primer café

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Oda al naranja

Mientras combatía mi hastío de las tardes de verano descubrí que odio el color naranja. No sólo eso, sino que después empecé a encontrarlo por todas partes: las franelas son naranja, mis sábanas son naranja, mi celular tiene naranja, el envase de la crema L’Oreal para el bronceado es, también, de color naranja. El Cotec de las 15:30 es naranja, las toallas son naranja, las sillas de playa algunas son naranja. Incluso a algunas sombrillas, tapetes, manteles y hasta cortinas se les ocurrió la idea homicida de adjetivarse con el naranja. Los frentes de las casas son naranja, y lo que es peor, algunos están indecisos y presentan un asqueroso color crema-terracota. Incluso las frutas hacen complot en mi contra y se visten de naranja: limones, ciruelas, duraznos, naranjas.
Si abro la alacena descubro que el paquete de sal es naranja, y si hago lo mismo en el cajón de los productos de limpieza, me topo con la botella de Jane que es decididamente naranja. Y cuando voy al supermercado me dan bolsas de nylon naranja. En el baño está mi cepillo de dientes, también de color naranja. Y hasta el jabón Astral parece naranja. La esponja de lavar los platos es naranja. Y la Salus naranja, bueno, no podría no serlo. El control de la tele es negro. Pero ¡zas!, en un descuido veo que el botón de encendido también es naranja. Y hasta el suelo que piso cuando voy al patio es todo naranja.
Los artefactos del baño. El naranja persigue a la gente. EL zapallo, el imán de la heladera. La escoba, los almohadones y hasta las compoteras. El cenicero, los posa vasos, la botella de whiskey y las remeras para recibir abrazos. La jarras, los jarrones, el mango de la cuchara y hasta los caracoles. El viento, los molinos, los vidrios y los marcos de los espejos. Los boletos de Cynsa, las velas, el revistero y también las lamparillas. El color de la cerveza, la salsa de la pizza, el teclado del celular y el envase de yogurt. Las esterillas, el cielo al atardecer, el Cenit y el Nadir. Las flores de invierno y de primavera, el envase de yerba, el matamoscas, los espirales y las teteras. El té, los sombreros, los silencios y los agujeros. El pelo, retazos de mi vestido, volantes, folletos y anuncios matutinos. El dragón de Mozila Firefox, los mensajes nuevos en la inbox, el reproductor de Windows media y hasta las medias que cuelgan en mi window. En el Messenger el estado ausente, la arena, el barniz y el reflejo de la carretera. Las cajas de gelatina y las tapas de algunos discos de Cabrera. Hasta el marca libros me dejó atónita y más cuando descubrí las cajas de mis armónicas.
Repudio el naranja. Lo odio. Y ahora más porque llego tarde


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Costa Azul, enero de 2010.  Había sol.

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