Ningún tema es tabú después del primer café

jueves, 14 de junio de 2012

Cementerio de asfalto

No fue precisamente así que vi el paraguas del cual hablo en el texto

No entiendo bien el proceso de nuestras cabezas cuando leemos o escuchamos algo bueno o vemos una imagen conmovedora. Hoy me tocó ver un cadáver: el de un paraguas.

 Era de color negro, unido por tentáculos plateados. Yacía en una esquina de asfalto, pegado al suelo por completo, entre la humedad y el friocalor de un estado del tiempo que tampoco entiendo bien. Me imaginé cuál habría sido la causa principal para que este elemento -ahora inherte- esté tendido allí y que la humanidad permita que lo pisen una y otra vez, con botas, con ruedas de goma y con patitas de perro. Me imaginé la crónica policial toda a su alrededor. Periodistas tomando fotografías de la escena del crimen. Policía técnica. Quizá hasta el FBI. Pero nada de eso ocurrió y el cadáver yace allí todavía, a la sombra de una sucursal de Mc Donalds bastante concurrida. 

Motivos de sobra para retomar la escritura. Tal vez usted no se pregunte por qué Sopa de Twan había sido abandonado, pero yo igual se lo quiero contar.  Lo cierto es que estaba plagado de publicaciones hechas para una materia que creo haber detestado (era muy temprano) y volver a esta casa implicaba tener el bien de eliminar todas esas cosas que no me interesaban y que había colgado sólo para cumplir. Ya está aprobada, los nueve créditos académicos cayeron en mi vasija universitaria haciendo una especie de ruido de clin-caja. 

Volví. Creo que volví porque me anda pasando mucho. O capaz porque me anda pasando mucho y no tengo tiempo para contar todo y zas quiero violar ese impedimento. 

Mis manitas me andaban pidiendo que escribiera algo, que diera el primer paso (o el primer dígito). Y yo le hago caso a mis manos. ¿Qué sería, si no? No sería nada. Nunca hubiese mandado ese mensaje que me liberó. Nunca hubiese escrito esas palabras, y hasta puede que nunca las hubiese dicho o incluso pensado. Nunca hubiese ordenado esa sucesión armónica acompañando esa melodía para que luego cuadrase con la letra que estaba escrita en mi cuaderno para luego decir que he compuesto otra canción. 

Estos tiempos son una mierda. Una mierda de tiempo sin tiempo. La peor palabra del mundo: obligaciones. Viene para jodernos la vida. ¿De dónde sacamos tiempo para que los dedos digiten y recorran el camino por el teclado que más les guste, como me está sucediendo en este preciso momento? Hay muchas cosas en el medio entre la carrera del teclado y las manos. Estamos a final de semestre. Ahora es el momento en el que las obligaciones nos invitan a correr a refugiarse en los brazos del padre, madre o tutor. Incluso del cónyugue, si lo hubiera. (Pero siempre en espacios/tiempos diferentes.)

Pero el final de semestre muy pronto se convertirá en el final del año, y en el final de la carrera y en el final del espacio para empezar a aprender. Va a empezar -lo vaticino- el verdadero espacio. Ése en el que pueda hacer lo que me diga la parte de mí que todavía no conozco. 

(Ahora las canciones están internadas, o al menos parte de ellas. Unas están en cuidados intensivos. Otras en ensayos intensivos. Están siendo adaptadas a un nuevo formato, se están pintando la cara y el cuerpo de otro color. Algunas incluso se están maquillando y abrillantando como nunca pensé. Lo esencial, sin embargo, se mantiene intacto. Están preparándose para salir a bailar y a dejarse bailar en los escenarios. Para dejarse manosear por otros músicos y por otro público que todavía no las conoce. Están creciendo. Y con ellas, yo.)

A toda esta alegría intensificada agrego el hecho más importante: me hacen sonreír y viceversa. Todo lo demás es tarea del mundo/caos y yo me quedo con una y mil miradas de amor absoluto. Bienvenida, felicidad. Prepárate. Te invito a correr, aun debajo de la llovizna.